En los días previos al lunes de pentecostés sucede el masivo desplazamiento de las hermandades hacia El Rocío, ellos acampan en sus alrededores para esperar la madrugada del lunes de pentecostés y participar de la procesión a la ermita.

Esta gran movilización hacia El Rocío significa toda una aventura para ellos, pues algunos llegan hasta la aldea a pie en caballo o carreta vistiendo el traje de flamenco. Durante la noche descansan, arman sus campamentos y encienden las fogatas para disfrutar de una noche de canciones y coplas.

Dependiendo de donde proceda cada hermandad ellos escogen entre los cuatro caminos que llevan a El Rocío; uno de ellos es el camino de los llanos considerada como la ruta más corta y antigua; el segundo, es el camino de Moguer utilizado por los que vienen de Huelva; el tercero es el camino sevillano que utilizan bastante las hermandades que vienen de lugares más alejados; finalmente está el camino de Sanlúcar que atraviesa el Parque Nacional de Doñana, un hermoso trayecto que deja al descubierto los lugares más bonitos del parque.

Cuando ya todas las hermandades se encuentran apostadas en las afueras de El Rocío, se preparan para el sábado desfilar y presentarse con el simpecado ante la Virgen, el domingo participan de los oficios religiosos y por la noche nadie duerme esperando a que sea la medianoche. Cuando el reloj avisa que ya es la madrugada del lunes, toda la multitud empieza a salir con dirección a la ermita. Cuando llegan, la Hermandad matriz de Almonte se dirige al presbiterio para realizar el popular “Salto de la Reja” dónde ellos toman la Virgen del Rocío y la llevan a hombros en procesión hasta llegar a la aldea de El Rocío. En el camino de regreso, las hermandades junto al sacerdote y el pueblo rociero van rezando el salve a la virgen.